terça-feira, 5 de maio de 2020

UNA SOCIEDAD FRENTE A UNA EPIDEMIA EN EL SIGLO XVIII EN LA NUEVA GALICIA. 1785-1787

Por: Celina Becerra (Universidad de Guadalajara)


¿Tienen algo en común las epidemias que se presentaban periódicamente durante el periodo colonial en Iberoamérica con la pandemia del Covid19 que enfrentamos hoy?
Las epidemias fueron comunes desde la antigüedad. Tras el descubrimiento de América viruela, tifo, sarampión y otras enfermedades producían brotes que recorrían gran parte del continente y diezmaban a la población. Su frecuencia e intensidad disminuyeron a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX a consecuencia de los avances científicos y médicos, de la extensión de las campañas de vacunación y de la mejoría en las condiciones de higiene en ciudades y el campo que dieron acceso a un mayor número de habitantes a servicios de agua potable, drenaje. Está claro que la educación influyó para desaparecer algunas de las enfermedades contagiosas como el tifo, la tuberculosis y otras.

En el siglo XVIII apenas iniciaba el camino de la medicina para buscar la causa de las enfermedades que repentinamente afectaban a gran parte de los habitantes de pueblos y las ciudades. En las últimas décadas de ese siglo los hombres de ciencias en Europa pensaban que el aire transportaba miasmas o corpúsculos tan pequeños que no eran visibles, que las trasmitían. Estas ideas empezaban a difundirse en América cuando en 1784 aparecieron enfermedades respiratorias y digestivas en la ciudad de México que llevaron a la muerte tres o cuatro veces más personas que el año anterior. En Guadalajara, cabecera del obispado del mismo nombre y capital del reino de la Nueva Galicia también se notó el aumento de entierros según los libros parroquiales. Algunas fuentes hablan de “fiebres catarrales” otras sólo de fiebres y otras de problemas grastro-intestinales.

Al año siguiente se le ha llamado “el año del habmbre” porque las cosechas fueron muy pobres y la escasez de maíz ocasionó el aumento de precios muy rápido Muchas familias tuvieron que reducir su consumo. Los ayuntamientos de las ciudades y villas, los obispos, las audiencias y el propio virrey tuvieron que buscar solución para la falta de granos entre la población, pero una nueva cosecha muy pobre en 1786 complicó aún más la situación. En resumen fueron tres años de mortalidad muy alta en la que los pobladores del campo se vieron obligados a marchar hacia villas y ciudades más grandes pensando que allí podrían encontrar alimento. En esta situación los habitantes de las capitales de obispados y reinos rechazaron abiertamente la llegada de gente hambrienta y enferma y llegaron a hablar de construir murallas para impedir su paso.

Después de este periodo de epidemia y hambre, la ciudad de Guadalajara no fue la misma. Su población aumentó notablemente por el gran número de migrantes que habían llegado del campo y no regresaron a sus lugares de origen. La traza urbana se modificó con la construcción de obras como un nuevo edificio de grandes proporciones para albergar el antiguo Hospital Real, además de crearse nuevos barrios hacia el norte donde el obispo Alcalde mandó construir casas y talleres para dar techo y trabajo al grupo muy numeroso de migrantes que habían llegado huyendo del hambre en sus pueblos de origen.
De acuerdo con las nuevas teorías, para eliminar la posibilidad de contagiar a la población El nuevo hospital y cementerio fueron construidos fuera de la traza urbana, en un punto donde los vientos ayudaban a alejar los miasmas de la ciudad.

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